'Unas vidas trastocadas': los refugiados ucranianos se enfrentan a una crisis de salud

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Marina and daughter Liza after fleeing to Krakow, Poland

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MIÉRCOLES, 16 de marzo de 2022 (HealthDay News) -- Desde que Rusia invadió a Ucrania, millones han huido de sus hogares y han buscado refugio donde han podido encontrarlo.

Cada historia individual es intensamente personal, pero los expertos en salud mental advierten de una crisis de refugiados que arriesga a dejar a un país de 43 millones de habitantes con profundas cicatrices psicológicas durante años en el futuro.

Marina, de Kyiv, está ahora entre los desplazados.

"Hoy solo me gustaría tener un poco de calma", comentó.

A las 5 a.m. del 24 de febrero, el mundo de pedicuras, manicuras, masajes y cosméticos de la propietaria de un salón de belleza de repente fue sustituido por el traqueteo de las ventanas y las explosiones. Rusia había comenzado su ataque, lanzando misiles a su puerta. Marina, que pidió que solo se usara su nombre de pila, ha estado en un modo de supervivencia sin descanso desde entonces.

"Vivimos en el vigesimoprimer piso", explicó la mujer de 40 años. "Podíamos ver cómo sucedía todo. Fue la primera hora de la guerra, y todo el mundo, la ciudad entera, estaba en pánico".

Ante la mirada de su hija de 9 años, ella y su esposo de 39 años, Artëm, se plantearon unas opciones antes impensables. "¿Nos vamos, nos quedamos? ¿Qué llevamos, qué dejamos? Cogí una sola maleta y llamé a mi madre", contó Marina.

"Al final, le dije: '¡Tenemos que huir!'. Y tuvimos muchísima suerte, porque mi esposo ya había llenado de gasolina el tanque del coche", añadió.

Junto con su madre de 72 años, la familia de Marina condujo hacia el oeste, a través de atascos, un bombardeo constante y el "terrible sonido" de las sirenas antiaéreas. Pero nada los detuvo, ni la COVID-19.

Mientras huían, Marina seguía luchando contra su segundo episodio del coronavirus, a pesar de estar vacunada del todo. "Todos lo contrajimos, todos, más o menos una semana antes del inicio de la guerra. Pero esa mañana, ni pensamos en eso. No podíamos", enfatizó.

Un viaje que en general tarda 7 horas tardó 14. La primera parada fue un pequeño pueblo en el campo, fuera de la ciudad de Leópolis. Tres días más tarde, se mudaron brevemente a un pueblo en la frontera con Eslovaquia, antes de un desplazamiento nocturno para unirse a un éxodo masivo en la frontera húngara.

Dejó a su esposo en la frontera

Una vez llegaron, el alivio se convirtió en angustia. En el último de tres controles de salida, los guardias fronterizos ucranianos no permitieron que Artëm cruzara. ¿Cuál era el motivo? Una ley marcial recién impuesta que prohibía que todos los hombres de 18 a 60 años salieran del país.

Pero la ley tiene excepciones, imploró Marina. "Si tiene tres hijos, si es padre soltero, o si tiene un hijo con una discapacidad, y nuestra hija es discapacitada".

Liza nació con una grave curvatura en las piernas, y a Marina y Artëm les dijeron al principio que nunca iba a caminar. Pero años de terapia la ayudaron a vencer las expectativas. Ahora, Liza puede moverse, pero su movilidad sigue estando limitada por una combinación de escoliosis, una malformación de la articulación de la cadera, "pies planos" y una pierna izquierda que mide casi dos pulgadas (unos cinco centímetros) menos que la otra.

"Y les expliqué eso", dijo Marina. "Intenté explicarles todo. Lloré. Grité. Les expliqué que no puedo conducir. Que no puedo cargarla. Que necesitamos a Artëm".

Pero los guardias ni se inmutaban. Y después de que amenazaran a su esposo con la prisión, no tuvieron más remedio que aceptarlo. "Fueron horribles, horribles", recuerda. "No tuve ni tiempo de darle un abrazo a mi esposo".

Marina no es la única mujer ucraniana que ha tenido que despedirse de su esposo en la frontera.

"Ya lo he visto miles de veces, en la estación de tren, en las fronteras, he visto el abrazo final entre maridos y mujeres", comentó James Elder, un vocero de UNICEF basado en Leópolis. "Papás que se arrodillan para explicarles a sus hijos que no van a ir con ellos".

"En realidad estamos hablando de millones de ucranianos, y millones de niños ucranianos, que están pasando ahora por esto", añadió Elder. "Este trauma, este estrés, y las vidas trastocadas".

Los ucranianos no son los únicos con este sino.

"La mayoría de las personas afectadas por crisis humanitarias experimentan señales de angustia psicológica", aseguró Inka Weissbecker, funcionaria de salud mental y abuso de sustancias de la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra. Dependiendo del individuo, esto se puede registrar como ansiedad, tristeza, desesperanza, insomnio, fatiga, irritabilidad, ira o incluso dolores.

El respaldo de la familia y los amigos puede ayudar a limitar el riesgo de desarrollar problemas psiquiátricos mucho peores, añadió Weissbecker. Las enfermedades mentales graves no son inevitables, enfatizó, siempre y cuando los refugiados puedan obtener acceso a un ambiente seguro para vivir, los servicios de salud necesarios, educación, empleos y asistencia social.

Los niños con frecuencia son los más afectados

Aun así, ciertos grupos de refugiados tienen una vulnerabilidad particular, anotó Weissbecker. En los niños, incluso "perder sus rutinas usuales en casa y en la escuela puede alterar al desarrollo cognitivo, emocional, social y físico", aseguró. Pero no solo los niños sufren. Entre los adultos, las personas con historiales de abuso del alcohol o de las drogas quizá tengan problemas para controlar su adicción, y los pacientes que luchan contra las enfermedades mentales se enfrentan a un deterioro o a una recaída cuando de repente se acaban los medicamentos y la terapia.

Un psiquiatra del Kyiv, el Dr. Volodymyr Pohorilyi, dijo que ya ha perdido contacto con todos sus pacientes, aunque la guerra asegura que no falten pacientes nuevos que esperan su ayuda.

"En promedio, atendía a entre tres y cuatro clientes al día", apuntó. La guerra acabó con eso, aunque sea solo por la razón de que, como Marina, Pohorilyi y su esposa también huyeron con su hijo de 8 años y su hija de 18.

A diferencia de Marina, Pohorilyi sigue en Ucrania. Ahora se encuentra entre los millones de desplazados internos de Ucrania.

Él y su esposa, que también es terapeuta, llevaron a Ivano-Frankivsk, una pequeña ciudad ucraniana a unas 375 millas (604 kilómetros) al este de Kyiv. Allí, se ha ofrecido como voluntario para tratar a los refugiados que llegan, a los que participan en los combates en sí y a todo el que lo necesite.

"Cuando un cliente busca la ayuda de un terapeuta, el terapeuta debe ser resiliente y capaz de ser testigo de distintas emociones", explicó Pohorilyi, exdirector de la Escuela de Psicoterapia de Kyiv. "Pero esta es la primera vez que he llorado con un cliente".

Un paciente traumatizado le contó su calvario cuando condujo su coche directamente hacia un bombardeo mientras escapaba de Kyiv. Varios le contaron historias del frente en Járkov, una ciudad de casi 1.5 millones de habitantes que ha sido destruida por los constantes bombardeos rusos.

"El intenso bombardeo destruyó sus casas", señaló Pohorilyi. "Esa gente ni podía hablar, solo lloraban. Tras cada una o dos oraciones, se les salían las lágrimas. Fue abrumadoramente difícil de observar en el ámbito terapéutico".

Por ahora, los mayores problemas son el agotamiento y la ansiedad, anotó. "La depresión es posible. Pero necesita tiempo para desarrollarse. Diría que la veremos más dentro de dos o tres semanas. Si las personas reciben noticias sobre sus familiares asesinados en la guerra, o que su vivienda fue destruida, estarán más inclinadas a la depresión. En esta etapa, hay una ansiedad significativa".

Y también hay culpa por huir, y por sobrevivir.

En cuanto a Marina, su familia ya se ha recuperado de la COVID-19, y ya no está en un peligro físico.

Seguras en Polonia, pero todavía sin rumbo

Junto con su hija y su madre, Alexandrea, Marina llegó a Cracovia, Polonia, donde encontró a su "ángel guardián", una polaca que hace voluntariado con los refugiados, Joanna Wendorff.

"Estamos movilizados y motivados", afirmó Wendorff, una gerente de proyectos de CISCO que vive en Cracovia. "Y Marina es mi responsabilidad".

Wendorff afirma que en Polonia, que ha vivido muchas de las brutalidades de la guerra, la llegada de más de un millón de ucranianos tras la invasión rusa ha afectado a todo el que ella conoce.

"No estoy segura de si en algún lugar profundo de nuestro subconsciente tenemos el miedo de que suceda en Polonia, así que debemos hacer algo, o podría suceder aquí, o si es instintivo. Que debemos ayudar a nuestros amigos, a nuestros hermanos", observó. "Pero creo que Polonia, que en general es un lugar bastante dividido, se siente unida ahora. Sentimos que no podemos hacer otra cosa. No podemos simplemente sentarnos a llorar. Debemos hacer algo. Es una luz en medio de la oscuridad".

Wendorff ya encontró un apartamento gratuito en Cracovia para Marina y a su familia. Fue donado por su propietario, que ahora vive en Bélgica. "Y creé una publicación en Facebook con una lista de las cosas que necesitaba. En dos horas, lo tenía todo: una nevera nueva, una batidora, cosas para cocinar, en cuestión de horas". Ahora, está ayudando con las cuestionas básicas: abrir una cuenta de banco, encontrar una escuela para Liza, solicitar un teléfono.

Aun así, Marina se siente sin rumbo.

Su esposo todavía está en Ucrania, su apellido oculto mientras su futuro siga siendo incierto.

"Cómo seguiré viviendo aquí, porque este apartamento donde estamos es solo para un mes y medio. Así que no sé qué haré luego. ¿Y qué pasa con mi esposo? ¿Y qué pasa con mi madre? Comenzaré a aprender polaco. Pero... estoy cansada", lamentó.

La verdad es que la nueva vida de Marina como refugiada apenas acaba de comenzar.

"Quiero dormir, pero no puedo", dijo. "No puedo comer. Tengo hambre, pero no puedo poner comida en mi boca. No puedo obligarme a tragar. Es... no sé. Es horrible".

Más información

Aprenda más sobre los refugiados y la salud mental en la Organización Mundial de la Salud.

Artículo por HealthDay, traducido por HolaDoctor.com

FUENTES: Inka Weissbecker, PhD, MPH, technical officer, department of mental health and substance abuse, World Health Organization, Geneva; Volodymyr Pohorilyi, MD, psychiatrist and psychotherapist, and former head, School of Psychotherapy, Kyiv, Ukraine; Joanna Wendorff, Asia, project manager, CISCO, and refugee volunteer, Krakow, Poland; Marina, Ukrainian refugee; James Elder, UNICEF spokesperson, Lviv, Ukraine

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